martes, 16 de marzo de 2010

Desde dentro hacia fuera

En el largo camino enfrentando la finitud, hubo un tiempo donde creí que había alcanzado un estado singular donde la presencia de la muerte no angustia. Creia que como la vida no tenía mayor significado ni reglas que seguir, la muerte podía enfrentarse de un modo racional de manera tal de no sentir angustia por su presencia. Estaba convencido, luego de aceptar mi finitud como algo natural, que la angustia no tenía lugar. Creia estar en ese estado singular pero la negación no me quedó cómoda y tuve que aceptar que estaba equivocado.

Tiempo atrás mi tia abuela moría de cancer, dos meses agoniozando y no fui a visitarla. Yo despreciaba a quien no pudiera enfrentar la muerte, y disgustado por el dejarse estar de ella, no fui a verla. Luego de su muerte la contradicción no pudo esconderse más. Pensaba que era lo suficientemente lúcido como para no sentir angustia ante la muerte pero no pude enfrentar la decisión de un ser querido que hubiese preferido verme antes de morir. El arrepentimiento vino luego con la aceptación de que la angustia seguía presente. Hablar con un ser querido antes de su muerte fue algo que evité, y habiendo tomado muchas decisiones de las cuales me he arrepentido, esa fue la única que no voy a poder remediar.

Lo que sigue en pie despues de esa experiencia y a pesar del paso del tiempo es que yo, como otros, quiero elegir el dia para mi muerte y tampoco me puedo imaginar agonizando de una enfermedad terminal. Ultimamente tengo ciertas visiones sobre lo que sería un suicidio y de lo que me doy cuenta es que es un acto que no podría decidir con la razón. Tendría que haber una pena incontrolable y omnipresente que induzca el acto. Es decir que el suicidio fluye desde el alma y es incontrolable. No es algo que se pueda decidir o no, sino sólo anticipar y sentir, aceptar, resistir o dejarse llevar.