lunes, 8 de febrero de 2010

El reino de los ciegos


Desde pequeño me costó ubicar la felicidad. Un lugar del que se oye mucho hablar y siempre me costó encontrar. Yo también quería ir a ese lugar que parecia tan importante para todos, pero supe decir primero donde no estaba: en la soledad, en un hombre sin hijos, en un hombre en silla de ruedas, en un ciego, y me atreví a señalar a muchos hombres. Con más edad me sorprendieron otros lugares: donde se reproduce la abundancia, donde está prohibido decir. Y en seguida me di cuenta que la felicidad no estaba donde Dios, porque a él no le gusta que las cosas se digan. Luego miré a mi familia, que parecia haber fracasado en la busqueda, y ahí dudé que ese lugar existiera pero tanta gente aseguraba haber estado en un lugar así que pensé que podía estar cerca. Entonces ví en los niños esa sonrisa pura y me parereció encontrar algo, pero era un tanto ingenua, no podía depender del tiempo eso que estaba buscando.
Al mismo tiempo que seguía descartando lugares comencé a dudar de los que ya había dado por vacíos y me pregunté: ¿Porqué un ciego no podría encontrar el lugar si yo había visto todo y sin embargo no lo había encontrado?. Algo no cerraba en este asunto y quedó sin resolverse por mucho tiempo.


Se suele pensar hay sucesos que moldean a un ser humano, los que se eligen y los que no. Y al mismo tiempo que finalmente encontré eso que llaman felicidad descubrí sucesos que no moldean sino que quiebran, comprendiendo así que la felicidad se sostiene de hilos tan finos que basta el estruendo de una puerta para que se corten y no se vuelvan a unir jamás.

No hay comentarios: