lunes, 25 de mayo de 2009

En mi cocina II

Decidí acercarme y tratar de llegar hasta la puerta de la cocina. Es más valiente el que tiene algo que perder que el que no, y yo, preso en mis sueños, no tenía nada. Asi junté lástima por mí y fui hacia la puerta. Con mucho miedo y procurando no sorprenderla debo haber tardado mas de una hora en llegar. Me apoyé sobre el marco y quedé esperando. Sentí imposible avanzar más. De a poco me acostumbré al lugar, su silueta practicamente no se movía y nunca volteaba hacia la puerta. Pasó mucho tiempo así hasta que me invadió el cansancio y decidí en volver a mi cama de la misma forma en que llegué, sin darle la espalda. Pero no alcancé a moverme cuando sorpresivamente y sin voltear su cabeza me preguntó: “¿Sabés porqué estoy acá?”. En ese momento su voz se desdibujó en un escalofrío que me recorrió el cuerpo de pies a cabeza. Apenas pude sostenerme en pie, rápidamente cerré los ojos y mis oidos comenzaron a zumbar aportando confusión. Luego repitió la pregunta y no pude contestar, ni siquiera con una obvia negativa. Tuve un momento de lucidez, un pico de autoestima: “Está jugando conmigo” pensé. No hay porqué temerle a algo que no es perfecto y su pregunta estaba lejos de serlo ya que era muy humana y comprensiva. Entonces tomé valor para decirle: “¿Qué querés?”. Pero mi fuerza de voluntad y mis convicciones acerca de la perfección no fueron suficientes, mi voz se perdió fugazmente y no pude terminar la pregunta. A continuación preguntó desafiante: “¿Qué qué?”. Luego de esa intervención sentí claramente la imperfección de su lenguaje, de su trato torpe y altivo e inmediatamente la vi a mi altura. La ví vulnerable. Pensé en golpearla pero desistí. Era una sombra. Quise insultar, mostrarle que no tenía miedo, pero ninguna palabra salió de mi boca. Mi paciencia se estaba acabando cuando me cortó en seco: “deberías tener cuidado con las palabras que usas, estás hablando con vos mismo.” Ni bien entendí lo que me estaba diciendo, un dolor punzante en el pecho me inmovilizó dificultándome la respiración. El miedo se transformó en desconcierto, la oscuridad en luz y no recuerdo nada mas de esa noche.
Amanecí como de costumbre, como un día más luego de una noche cualquiera, hasta que entré en el baño, me miré al espejo y me asusté al recordar el episodio.

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