domingo, 22 de marzo de 2009

Segundo manifiesto del surrealismo

En el año 1930, Breton escribió el segundo manifiesto del surrealismo en el se ocupó de clarificar el aspecto político del movimiento criticando duramente a otros colegas expulsados. Cito un par de pasajes para resumir la intención:

“Antes de proceder a una rendición de cuentas es importante saber a que clases de virtudes morales recurre el surrealismo, ya que hunde sus raíces en la vida - y no es sin duda por azar que lo hace en la vida de este tiempo – en el momento en que yo recargo esta vida de anécdotas tales como el cielo, el ruido de un reloj, el frío, un malestar, vale decir que vuelvo a hablar de ella de un modo corriente. Nadie está exento de pensar en esas cosas, o de tener apego a un peldaño cualquiera de esa escala degradada, a no ser que haya superado la última etapa del ascetismo. Es justamente desde el repugnante hervidero de esas representaciones carentes de sentido que nace y se nutre el deseo de ir más allá de la insuficiente y absurda distinción entre lo bello y lo feo, lo verdadero y lo falso, el bien y el mal. Y como del grado de resistencia que esta idea de elección encuentra depende el vuelo más o menos seguro del espíritu hacia un mundo por fin habitable, se concibe el surrealismo no tema hacer un dogma de la rebelión absoluta, de la insumisión total, del sabotaje sistematizado y que no espere ya nada que no provenga de la violencia. El acto surrealista más simple consiste en salir a la calle empuñando revólveres y tirar sobre la multitud al azar cuantas veces sea posible. Quién no ha tenido siquiera una vez, deseos de acabar de ese modo con el pequeño sistema de envilecimiento y cretinización en vigor tiene su lugar señalado en la multitud, con su vientre a la altura del tiro. La legitimidad de tal acto no es - en mi criterio – en absoluto incompatible con la creencia en ese resplandor que el surrealismo intenta descubrir en el fondo de nosotros. Sólo he querido dar entrada aquí a la desesperación humana fuera de la cual no hay nada capaz de justificar esa creencia. Es imposible estar de acuerdo con una prescindiendo de la otra, y quién fingiera adoptar dicha creencia sin participar realmente de esta desesperación no tardaría en tomar apariencia de enemigo a los ojos de los que comprenden. Parece cada vez menos necesario buscar precursores de esta disposición espiritual, que encontramos tan ocupada consigo misma, y que denominamos surrealista.”

“Si gracias al surrealismo podemos desechar sin vacilaciones la idea según la cual las cosas que existen son las únicas posibles, y si sostenemos que por un camino que “existe”, que podemos mostrar y ayudar a seguir, se puede llegar hasta lo que se afirmaba que no existe; si no encontramos palabras suficientes para estigmatizar la bajeza del pensamiento occidental; si no tememos entrar en insurrección contra la lógica; si no juráramos nunca que un acto cumplido durante el sueño tiene menos sentido que uno ejecutado despierto; si ni siquiera estamos seguros de que no terminásemos un día (mientras tanto yo escribo:un día; yo escribo: mientras tanto), que no terminaremos de una vez con el tiempo, vieja farsa siniestra, tren perpetuo en descarrilamiento, pulso loco, inextricable amontonamiento de bestias que revientan o ya reventaron, ¿cómo se pretende que demostremos ternura o incluso tolerancia frente a un aparato de conservación de cualquiera clase? Sería el único delirio realmente inaceptable para nosotros. Todo está por hacerse y todos los medios deben ser buenos para destruir las ideas de familia, patria, religión. Por conocida que sea la posición surrealista a este respecto, es necesario insistir que no implica concesiones. Los que hemos tomado la responsabilidad de sostenerla persistimos en anteponer esa negación liquidando todo criterio de valor; estamos dispuestos a gozar plenamente de la aflicción tan bien fingida con la que el público burgués (siempre tan innoblemente dispuesto a perdonarnos ciertos “errores de juventud”) acoge la irresistible necesidad que nunca nos abandona de revolcarnos de risa ante la bandera francesa, de vomitar de asco al rostro de todos los sacerdotes, y hacer blanco en la ralea de los “deberes esenciales” con el arma de largo alcance del cinismo sexual. Combatimos la indiferencia poética en todas sus formas; el arte como distracción, la investigación erudita, la especulación pura; no queremos nada en común con los pequeños o grandes ahorristas del espíritu. Todas las cobardías, todas las abdicaciones, todas las traiciones posibles no nos impedirán que acabemos con esas bagatelas. Es interesante observar además que, librados a sí mismos, aquellos que nos han puesto la necesidad de dejarlos de lado bien pronto perdieron pie, teniendo que recurrir a los más miserables expedientes para recobrar el favor de los defensores del orden, grandes partidarios todos de un rasero que iguala cabezas. Una fidelidad sin desfallecimientos a las obligaciones del surrealismo supone un desinterés, un desprecio por los riesgos, un rechazo de toda transacción, que muy pocos son capaces de mantener por largo tiempo. Aunque no quedara ninguno de los que en los comienzos hicieron depender sus perspectivas de significación y su afán de verdad, del surrealismo, éste seguirá viviendo. De todas maneras ya es demasiado tarde para que el grano no germine hasta el infinito en el terreno humano en compañía del miedo y otras variedades de malezas que han de dar cuenta de todo.”

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